miércoles, 23 de diciembre de 2015

×


Debe ser eso, que carezco de sentimientos. Que lo vengo avisando de hace tiempo; pero nunca llegué a pensar que fuera tan monstruo.
Que sí, que me importa una mierda hacer daño. Que sólo soy una sombra, en el lado más oscuro de la luna. Irónico, ¿no?
Quizá es eso. Que manejo dos caras y no sé cómo controlarlas. Que me arrepiento muy poco y la cago muchísimo más. Que soy yo la que duerme bajo la cama. Que soy yo la mala influencia de las que papá y mamá intentan alejarte. Que deberían encerrarme por insana. Proteger al mundo de mis garras. De romper todo lo que toco.
Y sí, quizá exagero un poco. Que al menos conservo un poco de cordura, por eso de que no salgo a la calle y vuelvo con sangre en las manos. Que por lo menos tengo salud, y ni eso.
Que me resguardo bajo mil vicios. Que le canto sonatas de invierno a mis demonios:

"Después de una noche en lucha con el pecado y el insomnio, nada purifica el alma como bañarse en la oración y oír una misa al rayar el día. La oración entonces es también un rocío matinal y la calentura del infierno se apaga con él. Yo, como he sido una gran pecadora, aprendí esto en los albores de mi vida, y en aquella ocasión, no podía olvidarlo".

Que sí, que tampoco es que esto venga a cuento. Que yo subí a aquel taxi porque Madrid me estaba ardiendo. Que le contaba historias de odio a los folios porque esto de ser horrible por dentro no importa una mierda cuando eres bonita. Que la gente prefiere amor, pensar que todo es bello. Que nada les aflige. Vivir en su mundo de mierda. Ignorar que la vida es una jodida puta.
Y así vivo yo, ignorando que soy un monstruo. Que arraso con todo aquello que toco, que debería proteger. Que ni siquiera me importa.
Así que cojo el folio como si fuera un arma y aprieto el gatillo.
Total, ser o no ser es algo que ya no recuerdo. Quizá lo fui antaño y ahora me estoy pudriendo. Que madurar es empezar a pudrirse y a mí ya me están comiendo los gusanos. Que no les di tiempo a ser mariposas y de haberlo sido alguna vez, las habría quemado. No hay quién viva en esta sombra. La luna ya no me deja aullarla y a mí ya no hay quién me soporte.

Debe ser eso.

martes, 15 de diciembre de 2015

Remember us.



Antes de seguir escribiendo, quería comentarte algo.
Verás, las últimas mil veces que hemos hablado, la cosa ha terminado con una serie de silencios en los que yo digo algo, y después otra cosa para modificarlo, y luego me disculpo en cierto modo, y después lo retiro de cierta manera.
Esto sería divertido si nos basásemos en una escena de Mia Wallace y Vincent Vega; divertido las primeras veces, pero no tendría por qué ser así, porque yo debería ser capaz de marcharme diciéndote: “Que tengas un buen día, ya nos veremos”.
Es evidente que me esfuerzo en buscar algo que decir, y después lo justifico entre silencios. Debería dejar de disculparme por ser extremadamente analítica acerca de esto, aunque realmente lo siento (no por ti, sino en un sentido más profundo, ¿sabes? Lamento mi desorden mental y ser quien soy. Hago lo que puedo, menos chutarme heroína para cambiarlo, pero tengo cierto pánico a las agujas y muy bajo presupuesto).
Es obvio que la dinámica de las relaciones sentimentales nos fascina a ambos, y que los dos pasamos por lo mismo en cierto modo, y cada uno por su parte.
Está claro que me gustas mucho. Pero no de una manera opresiva obsesiva (bueno, puede que sí), ni en plan “acabo de ponerme cachonda mirando una foto tuya”, sino de la manera que me estoy desviviendo para que formes parte de mi vida, o para averiguar adónde nos lleva esto.
Semanas antes de conocerte hablaba sobre que sería una novia horrible en este momento de mi vida (y en cualquiera de ellos).
Me siento bien contigo, y me intriga la posibilidad de compartir contigo cierto tipo de preocupaciones con regularidad (Inciso: quería estar contigo, luego me producía una sensación de vacío; que odiabas todas las canciones que a mí me gustaban; y a veces, me aburría tanto que provocaba discusiones con el fin de experimentar la sensación de estar a punto de perderte). Debido a la distancia que recientemente nos separa, esto no va a poder suceder de un modo natural, y debido a que yo soy como soy, me cuesta hacerme a la idea.
Y es por eso que intento averiguar si te veré cuando vuelvas a casa, o si piensas en mí cuando te la cascas (de ti me espero cualquier cosa), o hasta qué punto estás dispuesto a complicarte la vida.
El día que nos conocimos, cuando me dijiste que me reuniese contigo en aquel parque, estaba convencida de que cuando llegase me habrías tomado el pelo y te habrías ido a algún otro sitio. Eres tremendamente impertinente.
Cuando empezamos a mandarnos mensajes; los míos eran largos y recargados en un intento de demostrarte lo retorcido que era mi sentido del humor y lo mucho que sabía sobre “todo en general”. Los tuyos eran breves y en ellos se podían leer nada y todo a la vez, porque siempre tenías la palabra adecuada que decir.
El día que intentaste besarme y yo me hice la difícil (para acabar cambiando los roles), mantuvimos nuestra versión de una amistad hasta que, al final, nos besamos en el parque de aquella urbanización y luego quise comerte a besos en las escaleras que subimos hacía no recuerdo dónde. Me decepcionó lo mucho que sabían a nicotina tus labios y lo callado que te quedabas cuando tenías una erección. Todo esto fue seguido de meses de encuentros sexuales esporádicos y que a menudo me ocasionaban quebraderos de cabeza sin sentido.
Pasabas de mí durante semanas y durante ese tiempo bebía y fumaba mientras te odiaba imaginando que vendrías a disculparte y todo volvería a ser el sin sentido de antes.
Y tú estúpida confesión de ser completamente iguales.
Cuando empezamos a hablar más sinceros pensé que aumentaría tu “respeto” hacia mí, pero lo único que conseguía era más tiempo para finalmente volver a escabullirme esperando que nadie me preguntase adónde iba, porque me vería obligada a mentir.
Lo hicimos una vez más antes de volver a la misma puta incertidumbre de siempre; pero mi corazón ya no está por la labor, si es que mi corazón lo había estado antes. De haber escrito esto entonces, habría adornado un poco la historia. Habría escrito sobre lo incomprendido que eres y que únicamente estabas triste, asustado y que te sentías solo. Me habría reído al describir todas las extrañas libertades sexuales que dejé que te tomaras conmigo y tu general inmadurez (como tu estúpida manía de acabar de follar y ponerte un cigarrillo en la boca como cualquier actor en una película dirigida por Clint Eastwood o Quentin Tarantino, con una pose de haber terminado bien tu “trabajo”). Antes de entrar a tu casa, siempre me recordaba a mí misma que no era precisamente ahí donde se suponía que tenía que estar, pero las paradas en boxes están permitidas en la carretera de la vida, ¿verdad?
Me consideraba a mí misma una especie de chica privilegiada con baja autoestima que era afortunada por compartir una pequeña parte de tu mundo y sentir que nadie más había entrado en él y que por esa razón no me considerarías una más que se conforma con sus relaciones de apoyo y con sus típicas historietas de amor.
Haríamos como Sid y Nancy y nos negaríamos a sentar la cabeza por el statu quo. Nosotros seríamos “guais”.
No siempre fue fácil vivir dentro de mi cerebro.
Aun así, no conseguí entenderlo. Tú estabas ocupado con tus “otras cosas”. ¿Por qué seguía llamándote? Supongo esperaba que cambiases tu manera de ser; que me hablases claro de una vez sobre lo que esperabas de mí, incluso en nuestros peores momentos.
Confieso que, a pesar de sentir curiosidad ante esta nueva dinámica de falta de respeto, en el fondo no quería que todo ocurriese así. Hacía que me sintiera silenciada, sola y como si fuese una persona distinta a la que soy; una sensación que considero el punto más bajo de la miseria humana, a la altura de las náuseas extremas sin vómitos.
El final nunca llega cuando uno se lo espera. Siempre viene diez pasos después del peor momento, y luego da un giro extraño a la izquierda. No sé, siempre he pensado que los amigos pueden follar si no se besan, a lo Pretty Woman.
El último día me dejaste ser yo misma, después me puse de los nervios esperando una disculpa que nunca llegó. Creí que era lo bastante lista y lo bastante práctica como para distinguir entre lo que tú me hacías sentir que era y lo que realmente sabía que era.
Creía que era totalmente capaz de ser tratada con una indiferencia que rayaba en el desprecio al tiempo que mantenía una fuerte sensación de amor propio.
Obedecía tus “órdenes”, convencida de que podía interpretar este papel al tiempo que protegía ese lugar sagrado dentro de mí que sabía que merecía algo más. Algo diferente. Pero no es así como funciona. Cuando alguien te muestra lo poco que significas para esa persona y tú vuelves a por más, antes de que te des cuenta empezarás a significar poco para ti mismo. Que te traten como una mierda no es ningún juego divertido ni ningún experimento intelectual transgresivo. Es algo que aceptas, que consientes y que acabas creyendo que mereces. Y te escribo esto porque supongo que tú has sentido lo mismo; pero yo intenté hacerlo complicado. Me dije a mí misma que yo me lo había buscado. Después de todo, nunca me dijiste que la cosa fuese en serio. Me dejaste claro desde el principio que eras un caso perdido y que decías las cosas como eran; aunque realmente nunca expresaste nada que me diese a entender que no era lo que buscabas. Y siempre volvías. Nunca prometiste que me llamarías.
Pero también creo que, cuando iniciamos una relación íntima, hacemos la promesa humana básica de ser honrados, de ser respetuosos mientras nos exploramos el uno al otro.
¿Cómo es posible que a alguien que le importa tanto la justicia social le importen tan poco mis sentimientos?
Lo que quiero decir es, que la vida es una mierda, que ya nadie puede fiarse de nadie, pero que yo te he demostrado que lo mío no es un capricho de niña pequeña, que puedo llegar a ser un maldito coñazo de cojones y que no voy a parar hasta obtener una maldita respuesta.

PD: Si no tienes nada que responder, será una especie de justicia poética increíble. Y, sobre todo, siento que este mensaje sea tan poco divertido.
PD1: Cuidado con las taquicardias. Coge aire.

lunes, 7 de diciembre de 2015

love will tear us apart, again #2



Llevamos cinco minutos en silencio, la música del garito se escucha cada vez más al fondo y empiezo a tararear el ritmo. Noto sus ojos clavados en mí, esperando una respuesta a su presencia, pero estoy tratando de convencerme, de ignorar que esto está pasando y que yo lo estoy permitiendo.
- ¿Vas a decirme algo, hija de la ruina? - rompe el silencio con esa forma suya. Y yo finjo no escucharle. - Laura - me coge del brazo y se pone frente a mí.
Yo me he parado en seco y le miro los cordones de los zapatos. Quito mi mirada un segundo y vuelvo a sacar otro cigarrillo. ¿Qué coño espera que le diga?
Alzo la mirada y le observo en silencio. No sé si porque le odio tanto como le quiero, o porque llegado el momento el alcohol me da sueño. De una forma u otra, sé que no estoy para sus juegos.
- ¿Estás bien? - está gritándome. Le oigo gritar de fondo, y sin embargo le tengo frente a mí. - Laura, qué coño haces, levántate.
¿Qué coño dice? Aparto los ojos de su mirada y se vuelve todo negro.

Según abro los ojos, las imágenes empiezan a hacerse nítidas y ahogo un grito. Los muebles, la cama, los pósteres. Todo empieza a parecerme familiar. De repente recuerdo estar con Héctor en la calle y miro bajo las sábanas. No estoy desnuda, pero llevo calzoncillos y una camiseta que no es mía.
Veo los libros en la estantería y sonrío recordándolo todo. La habitación está a oscuras y sólo se ve un poco por la luz que deja entrar los recuadros de la persiana. Busco la puerta y la abro.
Una bofetada de luz me cierra los ojos.
- ¿Héctor? - susurro lo más fuerte que puedo mientras sigo caminando.
Llego al salón y le veo durmiendo en el sofá. «Menudo payaso», pienso.
Voy a la cocina y me hago un café. Me lo pienso dos veces antes de hacerlo, y le preparo un vaso de leche a él también. Llevo todo en silencio al salón y lo pongo sobre la mesa.
Me he quedado de pie frente a él, le miro. Su pelo rizado despeinado sobre sus mofletes. Lo tierno que parece mientras duerme.
Tomo mi café y vuelvo a la habitación a hacer la cama. Encuentro mi ropa sobre la silla y me cambio, busco en su mesilla un papel y un boli. Lo tiene todo desordenado, lleno de cajetillas de tabaco vacías y ceniceros llenos de ceniza y colillas. Los libros apilados unos encima de otros, los discos de Joy Division y esa estúpida hucha de c3po.
Por fin veo papeles donde al parecer ha estado escribiendo. Ignoro todo aquello y cojo un papel en blanco y escribo un simple y grotesco «gracias». Lo pongo sobre la cama y hecho un último vistazo al salón, sigue allí tal y como lo había dejado.
Cierro la puerta y me largo.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Escondite #1



Giro mi cuello y miro a lo lejos. El bar está abarrotado de gente y yo ya estoy empezando a agobiarme. Miro al camarero y los dos asentimos, como si nos leyésemos las mentes, como si ya me conociera.
De fondo suena Boikot y el futbolín le hace el ritmo. Mis ojos buscan algo de tregua alrededor, y de repente, el camarero trae mi Jack Daniel's. Pago a regañadientes los 7€ y disfruto del capricho que acabo de ofrecerme.
Llevo como diez minutos agitando mis piernas. Esta ansiedad acabará matándome. Mordisqueo mis labios por dentro y de vez en cuando noto un sabor a sangre que disimulo con un trago de Jack.
Empiezo a pensar. Intento recordar quién soy, qué estoy haciendo en ese sitio.
Remuevo los hielos con los dedos y me los chupo, alzo la mirada y mis ojos entran en contacto con los de Héctor. Un chico moreno con los ojos verdes, delgado, por la droga. El flaco que me dejó el corazón hecho pedazos en septiembre. El hijo de puta que llegó a desnudarme sin quitarme la ropa, y me dejó allí. Congelada. Sin coraza.
Bajo la mirada y finjo que me importa una mierda, que ni siquiera me he dado cuenta. Pero es demasiado tarde, ya he esbozado una sonrisa tímida y él me ha visto. Él siempre lo sabía todo. Incluso antes de que yo lo pensara siquiera, él ya sabía lo que iba a decir. Me tenía calada hasta los huesos y yo, un año después, aún desconocía todo su ser. Y quizá era eso lo que no me dejaba dormir por las noches.
Bebo todo lo que me queda de un trago y me levanto del asiento. Los hielos chocan con mis paletas y un frío recorre todo mi cuerpo. Me pongo la chaqueta y salgo del garito.
Me abro paso a empujones y lo escucho. Oigo su voz pronunciando mi nombre y noto cómo se me encoge el corazón. Llego a la puerta y apoyo todo mi cuerpo para poder abrirlo. No tengo fuerzas, ni ganas.
Saco un cigarrillo y me lo coloco entre los labios, busco mi mechero, pero no lo encuentro. Empiezo a maldecir en voz alta.
- Toma, pequeña. - una llama aparece frente a mi cigarrillo. La acepto sin rechistar mientras miro a sus ojos. Tan verdes y tan tristes como recordaba. Noto como se alegran de verme y eso me estremece aún más.
- Gracias. - respondo con una apatía que roza la estupidez, y me vuelvo dispuesta a marcharme.
- No vas a cambiar nunca, ¿verdad?
- ¿Qué quieres, Héctor? - Menuda pregunta más estúpida, ¿qué va a querer? lo de siempre, mi corazón en bandeja, su tregua entre mis brazos, que le afloje la camisa de fuerza, y sabe que estoy dispuesta a hacerlo; "márchate", me repite mi sentido común. "Quédate un poco más" me dice una mezcla de orgullo y curiosidad.
- ¿A dónde vas?
- A casa, estoy cansada. Me alegro de verte. Adiós. - Digo casi sin dejar pausa entre una frase y otra.
- Te acompaño.
- ¿Estás de coña? - Digo, sabiendo que él nunca está de coña. Miro sus ojos y antes de que pueda mediar palabra alguna asiento - En fin, si te hace ilusión.
Y esbozo un suspiro lleno de humo. Siento el calor de su cuerpo caminando junto al mío y no dejo de mirar al suelo, evitando cualquier contacto con sus ojos. Evitando perder la poca cordura que me queda y esperando que aquellas copas de más no me jueguen una mala pasada ahora.