sábado, 10 de octubre de 2015

camareros son psicólogos y encima dan de beber




El bar. Las esperas de media hora para el baño para que salgan una mujer y un hombre del mismo baño frotando su nariz. Sus labios.
El bar. Que cierra sus puertas cuando la poli se acerca y te deja quedarte dentro para seguir fumando y bebiendo hasta desgastar el alma. La poca que te queda.
Huir. Pensar que no es lo que quieres para tu alma. Que ya está bastante desgastada. Que habrá que darla un respiro.
Las charlas de un desconocido que cree que me conoce y me llama bitelchus, y me dice que no me destroce. Que soy joven y bonita. Y yo le digo que se calle. Que no son sus labios los que me dicen para. Que sos sus corazones los que quieren abrazarme. Y yo no estoy para estos trotes.
No me des la charla, aléjate de mí. Me alegra que te preocupes por mí, pero no me conoces.
Los cigarrillos a medias, los, "coño, tira eso que viene la poli", los no hagáis ruido me cago en la hostia. Los bailes de ska y los bailes de tocha.
El bingo y mi jodida mala suerte.
No me cabe la sonrisa en la cara.
Coger a la suerte del culo y decirla que no la necesitas. Que te va bien con la mala y que te hace creer que la buena nunca te enseña lo que es bueno. Y una vez que te enseña lo malo, aprendes a apreciar lo bueno.
Y ponte otro tercio que este ya hace tiempo que se ha terminado.
Salir agotada de cansancio. Cruzar las calles oscuras y pensar que cualquier hijo de puta que pueda acercarse se llevará un cigarro en el ojo. Sentirme fuerte. Odiar esta sociedad. Odiar al mundo entero. No me caéis bien.

El bar, que abre las puertas y se desangran las heridas. Las lágrimas reprimidas en la barra por un amor que no redime. Por una vida que no da tregua. La barra que ha visto de todo y nada calla. Que deja sus machas de alcohol y tus historias por los suelos. Que ahí fuiste infeliz y allí te metiste tu primer tirito. Tiritar por el frío de Octubre.
Volver al bar a refugiarse de uno mismo. Dónde estoy y por qué no hay espejos.
Quizá para no vernos las caras de enfermos. Seguir manteniéndonos.
¿Quién eres tú? ¿a quién le importa?

Nacemos solos;
morimos solos.
Y a veces con una nota de auxilio.
Ahora lloráis porque no hay remedio.
Los corazones rotos y las caras falsas.
Bon voyage, por mi parte, nada más.

El bar, que te da envidia con su Jacks Danield's en la barra. Soy demasiado caro para ti, asúmelo.
Ni siquiera tienen alhambra. Habrá que conformarse con heineken.
Ya me he conformado a esta vida, puedo permitírselo a una cerveza.
Los textos enfermizos a las 04:18 de la mañana.
Las despedidas entre líneas de las que nadie habla.

Los: ¿te has dado cuenta de quién es?
El echar de menos a las cinco de la mañana. Pensar mil veces en llamar. En colgar en el primer tono. Con oculto, claro. Cubrirse las espaldas.
Dejar pasar como si no te importara. No quieras entenderme porque no quiero explicártelo.
La chilaba. Sonreírle a alguien que desconoces. Ofrecerle media vida en tu cama y echarlo a patadas. Aquí no queremos a ladrones de corazones rotos. Que los pasillos guardan silencio y el reloj no para de repetirme lo absrudo de mi tiempo. Lo absurdo de mi vida y lo contingente que es mi existencia.

No tengas prisa por olvidarme, que siempre soy la que sonríe detrás de la barra donde nadie la ve. Y en esa, casi nadie suele fijarse.

No tengas pena por mí;
yo no la tengo por ti.

viernes, 2 de octubre de 2015

es ruido todo lo que esconde.



Había una vez una chica triste que huía del frío que la quemaba por dentro, e irónicamente lo hacía en el frío de la calle, en el frío de los hielos que se derretían en su vaso; y sonreía.
Sonreía porque amaba el frío, su cielo gris, el viento que despeinaba su cabello, sus nudillos rojos y agrietados, al igual que sus labios, su lluvia y el sonido que entraba por la ventana cada noche para acompañarla en su tristeza y convertir su silencio en melodía.

Había una vez una chica con el corazón tan congelado, que la daba igual en qué manos dejarlo, sólo quería deshacerse de él. Y cuando por fin encontraba unas manos tendidas y lo dejaba allí; éste caía al suelo y se rompía en mil pedazos.
Os sorprendería saber la cantidad de rotos que se le pueden hacer a algo que ya estaba completamente roto.

Había una vez una chica que no lloraba nunca, porque dolía. Si el corazón era de hielo, imagínate las lágrimas. Así que escribía con la esperanza de que dejase de doler. Pero nunca lo hacía. Y quizá la encantaba estar triste y tomar café a las seis de la mañana mientras se preguntaba qué hacía despierta si a nadie le importaba. Y soltaba el humo como un suspiro inmenso. Y se abrazaba a su dolor y éste nunca le fallaba.

Crecía en su silencio cada día y a cambio pedía un poco de tregua (en su cabeza) que jamás guardaba silencio. Así que ponía la musica en sus cascos para poder desahogarse en otras vidas y nunca pedía nada a cambio. Ella sonreía para ella misma y se desnudaba para sentirse libre.
Nada de amor, ni de compartir silencios ni tristeza.

Había una vez una chica egoísta que amaba su tristeza y odiaba a todo aquel que llegaba y decía "conmigo aquí dejarás de estarlo"; como si yo se lo hubiera pedido a alguien.
Cierra la maldita boca. No pretendas llegar y quitarle el sitio a alguien que lleva tanto tiempo conmigo, que incluso la quiero.
Quién te crees que eres tú para decir eso.

Cerrad la puta boca.
Había una vez una chica preciosa que en realidad no lo era y soltaba mucha palabrota por la boca, y bebía cerveza de tubo mientras sentaba su culo en el suelo y se fumaba un buen porro para olvidarse de su existencia.
Como comprenderás no le interesa una mierda lo que digas.

Así que, silencio, por favor.
Los poetas estamos cansados del ruido.