viernes, 24 de abril de 2015

street


No te di las manos por si me veías temblar, y dejé el cigarrillo entre mis labios para tener una excusa por la que respirar.
Y no te culpo de las veces que me rompo por dentro cuando hablas y no me dices nada. Ni creo que sea necesario decirte que yo te lo digo todo cuando cierro la  boca y te miro a los ojos.
Aunque tú no lo sepas, nos decíamos tanto.
Aunque a ti eso no te recuerde a mi sonrisa y ni siquiera recuerdes que te canté a oscuras esa canción mientras tus brazos rodeaban mi cintura.
No tengo miedo de romperme, sino, más bien de cortar con los pedazos. Porque fui yo la que dijo adiós aquella tarde y tú ni siquiera me miraste a los ojos.
Y te he regalado poemas tristes que escribí mientras lloraba. Aunque la vida me haya enseñado que el tiempo todo lo cura y yo siga queriendo romperme entre tus brazos.
Yo seguí escribiéndote en los días grises, e incluso en los soleados, cuando se supone que nada es triste. Y te vi reflejado en el espejo cuando abrí mis venas y lloró mi cuerpo. Y mis ojos miraban el espejo como si de verdad estuviesen viendo algo.
He de decir que no todo es malo, que me he dejado el corazón en la habitación de al lado por si abrías la puerta y a veces el pomo quería girarse, pero nunca abrirse.
Y quizá se me olvido quitar el pestillo.
Que también has sabido arreglarme y curar mis heridas. Que has cerrado los ciclos, pero luego los has abierto. Por eso de que la noria gira siempre, y lo del ying y el yang.
Has sabido decir la palabra exacta. Aunque el destino sea caprichoso, a veces, y no sea el momento exacto.
Quizá en otra vida, con otras cicatrices.
Y a veces soy yo, cuando no soy nosotros. Y te juro que soy una amante horrible. Que no dejo de pensar en tus ojos cuando los suyos me miran. Que le sonrío por compromiso.
Cuando soy yo, sin ti, todo da vueltas y no veo nada claro. Nada que no sean ganas de morir y de comprar otro paquete de tabaco. Y joder, qué asco doy.
He tratado de ordenar las cosas, hablar conmigo y poner en orden mis prioridades. Lo intento.
Bueno, sólo lo pienso. Y lo voy dejando para mañana. Para uno que nunca llega.
Me engaño, lo hago porque no quiero oírme. No quiero escucharme decir que todo está mal y que debo arreglarlo. Yo que siempre he tratado de esquivar los problemas y de moverme por impulsos. No puedo pedirme pararme a pensar en todo esto. En qué voy a hacer con mi vida y qué pienso ser cuando soy sin ti. Porque, lo quiera o no, voy a tener que ser yo sola y tú no podrás quedarte para siempre. Porque ya no lo haces. Y a ver qué hago yo con toda esta incertidumbre si no vuelves para decirme que soy un puto desastre.
Así que cierro los ojos para no oírme, aunque de vez en cuando me grite en silencio, que tengo que hacer algo con toda esta sangre. Y de verdad, no sé por qué no soy capaz de arreglarme.
No voy a mentirte, me das seguridad y me sostienes toda esta miseria. Así que no me grites si soy pesada, si te pido que te quedes y te lloro a escondidas cuando el mundo se me viene encima y tú no estás para ayudarme.
Dame más besos en la frente y dime eso de que soy una zorra.
Pídeme un abrazo y yo te daré mil más. Pídeme lo que quieras que lo haré, con tal de quedarme otro ratito apoyada en tu pecho, porque me haces sentir viva.
Y hace mucho tiempo que soy una puta suicida que camina por calles oscuras a altas horas de la noche por si alguien me destripa y acaba con esto.
Aunque nunca llegue.
Aunque todo sea en vano.
Perdóname si vi en ti lo que en los demás no vi.

sábado, 18 de abril de 2015

hay colores que se vuelven grises si te fijas bien.



Tengo música en mi cabeza, lo juro. Cuando algo no me interesa, no quiero oírlo o me pongo a discutir, mi mente se evade sola. Y suena música. Música triste, de esa con pianos y violines; y de vez en cuando alguna flauta travesera.
Siempre, no falla. Y me evado casi tanto que he llegado a no recordar años enteros de mi vida. Y de vez en cuando algún recuerdo triste se cuela, y música.

Estoy triste, lo juro. Pero no suenan violines, ni pianos... ni ninguna flauta travesera. Suenan los cristales rotos, cayendo y rompiéndose contra el suelo una y otra vez. Y tengo un vacío en el pecho, cuando alguien dice que me quiere, o cuando alguien me sonríe después del polvo y yo estoy fumándome un cigarrillo. Por el amor de dios, no me sonrías, ¿no ves que no me importas?

Me paso los días queriendo recordar(me) y todo aquello que realmente me hacía feliz en la infancia. Y recuerdo a mi padre jugando conmigo, a mamá ayudándome a hacer pulseras mientras la música sonaba, pero esta vez fuera. Recuerdo correr con mi hermana por el campo, escalar a los árboles y a las piedras altas que había cerca de casa. Y recuerdo las veces que nuestra gata sacaba arañas de casa y mamá se ponía histérica mientras papá jugaba a acercarle palos y éstas se ponían sobre sus patas.
Lo juro, eran arañas negras y peludas. Y enormes. Imaginarlas sobre sus patas.
Luego todo empieza a oscurecerse.
Ya no está papá... no aquel que yo conocía, que yo admiraba, me atrevería a usar también esto en pasado: al que yo quería.
Y supongo que así es la vida. Y qué asco disney y su prototipo de familia feliz. Pero a mí me dejó un vacío en el pecho el día que cogió y desapareció de mi vida.
Y recuerdo mi sonrisa, lo juro, era preciosa. Mamá decía que podía sonreírle a la persona más insensible del mundo y ésta se estremecería por dentro y tendría que devolverme la sonrisa casi por impulso. Que siempre la decían que estaba preciosa sonriendo y que transmitía tanto amor que era imposible no ser feliz a mi lado.
Pero ya no sonrío, supongo. Al menos como antes.. y mi sonrisa sólo deja a la luz mis ojos tristes.
Y no recuerdo cuando fue la última vez que me emocioné por algo, que tuve ilusiones o que no tuviese miedo por caer, otra vez.
Y supongo que de todo se sale, pero no cuando algo dentro va mal.
¿Cómo se sale del monstruo si vive en ti?

Que pongan música fuera,
que me dejen tranquila si sonrío y sigo haciendo feliz a la gente
porque yo estoy rota y triste
¿y a mí quién va a arreglarme?

domingo, 12 de abril de 2015

Réquiem.



Bajé las escaleras del portal y me encontré con él. Abrió la cartera y me enseñó lo que le había pedido. Le di su dinero y le invité a un cigarrillo conmigo. La verdad es que me sentía muy sola, y sólo quería que alguien me acompañase aquella noche. Y me había costado 7 euros.
Después de un par de caladas empecé a sentir náuseas. Y mi cuerpo pesaba más de lo habitual. Literalmente, tenía la necesidad de andar a rastras por si en cualquier momento me desplomaba en el suelo. Entonces me giré y le dije:
- Escucha, puedes esperarme aquí si quieres, pero yo necesito ir al baño.
Y ni siquiera esperé por si tenía algo que decir.
Cuando entré al pub, sentí cómo un par de ojos miraban cómo subía las escaleras hasta el baño. Casi a rastras, lo juro. No había cerrado la puerta cuando me giré y vi el lavabo.
Vomité. Naranja, ¿qué coño?
Y seguidamente me entristeció saber que alguien debía limpiar aquello. Sobre todo porque el váter estaba justo al lado. Y me sentí estúpida.
Luego bajé y me sentí ligera. Fue como deshacerme de la ropa cuando llegas a casa cansada. Como quitarse el sujetador después de un día entero. O como follarte a la persona que te gusta y que lo haga de puta madre.
Me encontré a ese hijo de puta en la barra. Y casi por inercia le pedí una cerveza.
Le dije que esperase fuera.
Y con el tercio en la mano, le pedí por favor salir de aquel antro.
Suelo agobiarme cuando hay mucha gente a mi alrededor. Sobretodo si voy drogada y el cuerpo vuelve a pesarme mil kilos.
Volvimos a su portal y nos tumbamos en el suelo.
Juro que hacía calor y yo tenía frío. Pedí que me abrazase y lo hizo sin rechistar.
Le había visto desnudo, pero sólo quería un abrazo. Lo juro.
Confieso que me sentí vacía. Y que casi me molestaban sus brazos rodeando mi cuerpo. Así que me aparté y miré al techo.
- ¿No tienes la sensación de que esa lámpara se está moviendo? - me dijo, o dije. Ya no lo recuerdo. El caso es que el otro asintió y empezamos a reír como estúpidos.
- Quizá esto te suene raro, pero esa planta de ahí me está diciendo cosas muy estúpidas de ti - dije, de broma, pero me metí tanto en el papel que casi pude oírlas.
- ¿De verás? ¿Y qué dicen? - me siguió el rollo. Y menos mal.
- No puedo decírtelo - y empecé a reír como si realmente lo estuvieran ofendiendo - De verdad, no quieras saberlo - y seguí riendo como una loca.
Y supongo que aquello le gustaba.
Yo sólo no dejaba de sentirme vacía y colocada.
Bebía cerveza y volvía a tumbarme en aquel suelo asquerosamente frío. Y le odiaba.
- Va siendo hora de largarme.
- ¿Por qué?
- No lo sé, sólo quiero irme.
Y nadie dijo nada. Supongo que porque ya había llegado la hora del bajonazo. Y puedo soportarlo, pero no cuando no dejan de reír a mi lado.

Al día siguiente brotaron abismos desde mis ojos,
yo que odio el vértigo y amo lo de saltar al vacío.
Y tenía miedo.
Yo, que prefería las pelis de terror a las de amor.
Yo, que le pedí un último beso por si había despedida.
Ya no preguntes por mí en la barra del bar.
Hoy no me apetece el café y tu media sonrisa.
Hoy zarandeo la pistola entre mis dedos
y tú sigues esperando en la barra a que mi silencio acuda.
Y te quedarás esperando como un idiota.
Y oirás ruido de ambulancias
y sonreirás porque no eres tú.
Pero nunca conociste a la chica triste de la barra. Justo hoy, que ibas a darle tu número.
Hoy que la invitarías a su café
y habrías luchado por hacérselo cada mañana.
Pero ella ya no pensó en nadie,
ni en sí misma.
Y pensó que quizá nadie estaría esperando por su presencia y ojos tristes.
Estaba convencida de ser despreciable.
Y hablaba con sus demonios en la calle
pero nunca gritaba
y siempre sonreía.
Y era tan falso.
Pobre barra de bar,
con la chica trágica ausente
y el amor que nunca presenciaron sus estantes.

lunes, 6 de abril de 2015

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Abrazarle era como volver a los seis años,
escondida bajo esa mesa de metal
llorando porque nadie quería jugar conmigo.
Quiero decir que,
abrazarle a él era volver a sentir aquella tristeza,
y la incertidumbre de ser el bicho raro del patio del colegio.

Tenía una alegría extraña,
sonreía,
pero sólo con los dientes.
Y yo veía como sus pequeños monstruos
abrazaban esa cintura
a la que yo me aferraba cada mañana.
Luchando con todas mis ganas
por ser yo la única
que trepase por su cadera.

Mirar a sus ojos era volver a aquel año en el que todo se me vino abajo.
Y vi reflejada mi tristeza en su propia tristeza. Y supongo que casi era un alivio que me pidiera un abrazo cada vez que yo bajaba la mirada y el mundo se quedaba en silencio.

Era como tener un vacío entre las manos, un vacío enorme lleno de tristeza. De unos ojos claros tan oscuros que creía ver el final del pozo. Pero nunca tocaba fondo. Siempre había un poco más.
Y él se dejaba sostener entre mis dedos, como un papel vacío, esperando para que lo llenase de versos tristes
de algún poeta muerto
que definiese el infinito de su mirada perdida.
Y acabó colgado de las manos de la peor poeta del mundo,
que la única poesía que había leído
era la que hacía sus ojos cada mañana.

Como una hoja movida por el viento.
Yo sólo quería rozarle con mis labios
y me pasé con la tormenta.
Y la hoja
cansada de ser movida
por un vaivén de tempestades
buscando un poco de calma
descansó su miseria entre mis manos.

Y yo
cansada de que su tormenta
se llevase todas las hojas
se dio un poco de tregua
y lo dejó descansar entre sus brazos.