No te di las manos por si me veías temblar, y dejé el cigarrillo entre mis labios para tener una excusa por la que respirar.
Y no te culpo de las veces que me rompo por dentro cuando hablas y no me dices nada. Ni creo que sea necesario decirte que yo te lo digo todo cuando cierro la boca y te miro a los ojos.
Aunque tú no lo sepas, nos decíamos tanto.
Aunque a ti eso no te recuerde a mi sonrisa y ni siquiera recuerdes que te canté a oscuras esa canción mientras tus brazos rodeaban mi cintura.
No tengo miedo de romperme, sino, más bien de cortar con los pedazos. Porque fui yo la que dijo adiós aquella tarde y tú ni siquiera me miraste a los ojos.
Y te he regalado poemas tristes que escribí mientras lloraba. Aunque la vida me haya enseñado que el tiempo todo lo cura y yo siga queriendo romperme entre tus brazos.
Yo seguí escribiéndote en los días grises, e incluso en los soleados, cuando se supone que nada es triste. Y te vi reflejado en el espejo cuando abrí mis venas y lloró mi cuerpo. Y mis ojos miraban el espejo como si de verdad estuviesen viendo algo.
He de decir que no todo es malo, que me he dejado el corazón en la habitación de al lado por si abrías la puerta y a veces el pomo quería girarse, pero nunca abrirse.
Y quizá se me olvido quitar el pestillo.
Que también has sabido arreglarme y curar mis heridas. Que has cerrado los ciclos, pero luego los has abierto. Por eso de que la noria gira siempre, y lo del ying y el yang.
Has sabido decir la palabra exacta. Aunque el destino sea caprichoso, a veces, y no sea el momento exacto.
Quizá en otra vida, con otras cicatrices.
Y a veces soy yo, cuando no soy nosotros. Y te juro que soy una amante horrible. Que no dejo de pensar en tus ojos cuando los suyos me miran. Que le sonrío por compromiso.
Cuando soy yo, sin ti, todo da vueltas y no veo nada claro. Nada que no sean ganas de morir y de comprar otro paquete de tabaco. Y joder, qué asco doy.
He tratado de ordenar las cosas, hablar conmigo y poner en orden mis prioridades. Lo intento.
Bueno, sólo lo pienso. Y lo voy dejando para mañana. Para uno que nunca llega.
Me engaño, lo hago porque no quiero oírme. No quiero escucharme decir que todo está mal y que debo arreglarlo. Yo que siempre he tratado de esquivar los problemas y de moverme por impulsos. No puedo pedirme pararme a pensar en todo esto. En qué voy a hacer con mi vida y qué pienso ser cuando soy sin ti. Porque, lo quiera o no, voy a tener que ser yo sola y tú no podrás quedarte para siempre. Porque ya no lo haces. Y a ver qué hago yo con toda esta incertidumbre si no vuelves para decirme que soy un puto desastre.
Así que cierro los ojos para no oírme, aunque de vez en cuando me grite en silencio, que tengo que hacer algo con toda esta sangre. Y de verdad, no sé por qué no soy capaz de arreglarme.
No voy a mentirte, me das seguridad y me sostienes toda esta miseria. Así que no me grites si soy pesada, si te pido que te quedes y te lloro a escondidas cuando el mundo se me viene encima y tú no estás para ayudarme.
Dame más besos en la frente y dime eso de que soy una zorra.
Pídeme un abrazo y yo te daré mil más. Pídeme lo que quieras que lo haré, con tal de quedarme otro ratito apoyada en tu pecho, porque me haces sentir viva.
Y hace mucho tiempo que soy una puta suicida que camina por calles oscuras a altas horas de la noche por si alguien me destripa y acaba con esto.
Aunque nunca llegue.
Aunque todo sea en vano.
Perdóname si vi en ti lo que en los demás no vi.